Creo que no hay tarea u oficio más noble que la del predicador del evangelio, y creo que un verdadero predicador no debe restarle tiempo a su ministerio para dedicarlo a otro tipo de trabajo, aunque tenga necesidades económicas; pero creo también que en nuestra iglesia hay varios “misioneros" de nombre a quienes, por lo mismo, no se les permite tener otros oficios, pero tampoco predican. Como «de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso» y como frecuentemente los extremos se tocan, ha llegado a suceder que nuestro cuerpo misionero cuenta juntamente con los más elevados y los más bajos de los hombres. A veces es difícil distinguir quien es un abnegado discípulo de Cristo y quien es un parásito, o vividor de los demás.
Como el asunto de si a los misioneros se les debe permitir o no otro trabajo ha sido defendido y combatido en las últimas conferencias, no quiero remover otra vez el mismo debate, pero sí quiero que se tomen medidas preventivas a fin de evitar el creciente número de personas que se inician como misioneros, no por vocación, sino para poder salir de un lamentable estado de miseria económica.
Hacer prosélitos, doctrinando legítimamente, es difícil, pues son muy pocas las personas que se disponen al sacrificio de llevar la cruz de la renunciación; en cambio, hacer prosélitos brindándoles ropa, comida y albergue, es fácil, y más sí también se les brinda la oportunidad de viajar abundantemente y manejar algún dinero.
Es cierto que algunos de esos que han venido por «los panes y los peces» después de estar dentro han llegado a convertirse de veras, pero es cierto también que muchos permanecen solamente por las ventajas materiales que les proporciona el estar en la iglesia. Como resultado de eso la iglesia se está convirtiendo cada vez más en una carga pública, mal mirada de las autoridades y de las instituciones serias; como resultado de eso la iglesia está teniendo cada vez más problemas y menos espiritualidad.
Creo que una forma de solucionar esta situación sería crear fuentes de trabajo para los candidatos al discipulado que tengan dificultades económicas. Esto no sería fácil de lograr al principio, pero se podría comenzar por poco, y después ir ampliando el plan según el éxito que vaya teniendo.
Especialmente en México son frecuentes los casos de familiares de misioneros, y otras personas, que han pasado a vivir a los campamentos en plan de prueba (esta medida se justifica un poco cuando se trata de personas que viven lejos de una iglesia) para firmar después, pero durante ese tiempo de prueba también se les permite solicitar cooperación al público. ¿Por qué no traer mejor a esa mujer (a veces con 4 ó 5 niños) dejada de su marido, o a ese padre de familia sin trabajo, o a ese (o esa) joven que quiere zafarse de la tutela familiar, y situarlos en un campamento-taller donde puedan ganarse el sustento a la sombra de un buen hermano-patrón? Allí, además de enseñarles un oficio, como costura, tejido, albañilería, etc., se les puede dar clases bíblicas y otros estudios adecuados; así, guardando los mandamientos (incluyendo el sábado), pagando sus diezmos, y sujetos a cierta forma de disciplina, los candidatos podrán ayudarse a sí mismos y ayudar a la iglesia, dando tiempo a que demuestren si tienen aptitudes para llegar a ser misioneros, o no.
Si esos candidatos tienen verdadero interés en el ministerio de la predicación, la prosperidad económica no les hará desistir de tan alto propósito; si alguno, al disponer del dinero que le proporciona el trabajo, se entretiene en el trabajo material y desiste por ello de llegar a ser misionero, será por falta del verdadero llamamiento, y en ese caso es mejor que siga siendo nada más miembro de la iglesia, hasta que tenga «algo» a lo que pueda renunciar, y el valor necesario para renunciar a «todo», como ordenó el Señor en San Lucas 14:33.
Ob. B. Luis, Zitoon Yerbaniz, diciembre de 1986
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